Umberto Eco argumenta en su obra teórica que la literatura más valiosa es aquella que define un campo de significado[1] que puede ser explorado abiertamente por el lector. Así, mientras comenzaba mi primera obra de Eco, El nombre de la rosa, y al notar prontamente su evidente inspiración borgiana, asumí que la trama tomaría el curso de El jardín de los senderos que se bifurcan: un laberinto sin salida. Pero aunque es cierto que la línea de eventos de El nombre de la rosa en ocasiones es enmarañada y confusa, al final todos los senderos que recorren fray Guillermo y Adso convergen. En contraste con la obra de Borges, la trama de Eco por sí sola no basta para dibujar ese campo idealizado de significado[2]. Más bien, para poder divisar el verdadero horizonte temático de Eco, es necesario cazar sus alusiones semiológicas y perseguirlas para descubrir aquellas ideas para las cuáles no le bastaron sus hartos ensayos y demás obra académica[3]. Leer a Eco ha sido un reto porque sé muy poco sobre semiología, pero creo que algo aprendí gracias a El nombre de la rosa, y otro tanto gracias a El péndulo de Foucault.
Superficialmente, la confabulación creada por Abulafia, Belbo, Casaubon y Diotallevi, el Plan, parece no ser más que una broma convertida en estafa y luego en tragedia: el resultado de los desvaríos de tres intelectuales aburridos y una computadora en malas manos. Pero a pesar de lo disparatado del asunto, la primera parte de la novela hace un gran esfuerzo para convencer al lector de que los tres eruditos no son como los charlatanes que salen rechazados por las puertas de Garamond y acaban en las de Manuzio: los diabólicos. Casaubon, el protagonista, tiene afinidades más allá de lo académico, una vida romántica complicada y en ocasiones se siente culpable por su apatía frente a la ola revolucionaria que transpira por la juventud italiana. De Belbo, el lector es expuesto al simbolismo de su niñez, su desamor y su obra literaria abortada. Quizás solamente Diotallevi peca de ser diabólico con su obsesión cabalística. No obstante, la preocupación de la trama por la vida de los tres y la ironía con que ellos se burlan de los verdaderos diabólicos son mecanismos suficientes para enaltecerlos, tanto por su multidimensionalidad como por su cultura. Esta estrategia es necesaria para atribuirle su legitimidad a el Plan como vehículo para la argumentación metaficticia de Eco. Mientras que los diabólicos se ocupan de hacer conexiones redundates dentro del discurso de las teorías de conspiración, como por ejemplo conectando al santo grial con los rosacruces, el equipo de Casaubon ingenia nexos innovadores, como el de los asesinos de Alamut con Christian Rosencreutz. Tan originales son los nuevos caminos que descubren los protagonistas que muchos de ellos fueron manufacturados aleatoriamente con la ayuda de un computador. Pero a pesar de su arbitrariedad, estos nuevos indicios cobran vida en la trama de Eco. Por ejemplo, Agliè, el talentoso ocultista que en un principio les sirve de mediador, eventualmente se revela como el líder del grupo ficticio denominado El Tres, que fue inicialmente inventado para poner a prueba la fiabilidad de su propia sabiduría. Este mismo grupo apócrifo, inexplicablemente al mando de Agliè, termina maquinando el asesinato de Belbo e invoca figuras ectoplásmicas enigmáticas durante el confuso ritual del clímax. Parece que para el narrador de El péndulo de Foucault basta con inventar un camino, una teoría de conspiración, entre dos realidades, para brincar a un mundo alterno donde incluso el ectoplasma existe. Y no es necesario que estas realidades alternas tengan un mérito por sí mismas para que valga la pena su exploración, pues el Plan mismo es el producto del generador de aleatoriedad de Abulafia[4]. El Plan no es más que una de las infinitas líneas que unen dos puntos en el plano discursivo de Belbo, Casaubon y Diotavelli: un sendero que se distingue por no ser el que siguen todos los diabólicos, sino uno de infinitos que puede tomar aquel que es capaz de extender su horizonte, un iniciado. Los tres protagonistas, todos iniciados, saben que el intento por conectar dos pistas, dos símbolos, no consiste en investigar la posible realidad que los une. Más bien, saben que entre los dos símbolos siempre hay una verdad, la cual se dispone a ser descubierta por quien se atreva a buscarla, sin importar lo ridículo de la exploración. Así, el Plan enseña al lector que en el plano comunicativo, donde los símbolos gobiernan a las ideas, el significado no abunda en lo evidente, sino que se esconde en el espacio infinito entre los símbolos mismos.
Ignorando los méritos pedagógicos con respecto a la semiología, de igual manera es indudable que Eco es un excelente escritor. Sin embargo, El péndulo de Foucault enmaraña al lector en un sinfín de símbolos, epígrafes, referencias y citas, a un grado que le queda muy holgado a un curso introductorio tanto al ocultismo como a la semiología. Discernir cada referencia oculta sería una labor herculeana que inevitablemente también frenaría el discurrir de la trama a un paso glacial. Quizás ésta es una estrategia apuntada a un lector dedicado a extraer cada gota de significado, un ser absurdo con una lista de lectura regida completamente por Eco. Pero la estrategia alternativa ingeniada por Julio Cortázar en Rayuela, la de dividir estructuralmente la novela en dos caminos, uno para los intrépidos y otro para los aficionados, probablemente habría evangelizado muy poco la semiología. Parece que el proyecto didáctico de Eco a veces supera su propia astucia, porque en ocasiones las incesantes alusiones entorpecen la brillante historia de tres hidalgos enloquecidos por las teorías de conspiración.
Notas
- Aseveración a la que hice referencia en mis notas sobre En busca de Klingsor. Tengo entendido que su forma de llegar a esta conclusión es interesante porque la construye a partir de las bases del lenguaje y la semiología, no de la literatura.
- Y quizás gracias a las tramas menos revueltas Umberto Eco ha logrado alcanzar la fama fuera de los círculos literarios.
- Recuerdo haber leído antes de comenzar El nombre de la rosa que Eco comenzó a escribir ficción en parte para trascender ideas que no se pueden comunicar a través de escritos académicos.
- Aunque aquí es importante notar, y quizás Eco no lo sabe, que las computadoras son incapaces de generar verdaderos números aleatorios. Meramente generan números con un patrón muy difícil de predecir.