Abril 2, 2017
(Editado: Abril 3, 2017)

Recientemente decidí comenzar a publicar mis opiniones e ideas sobre la ficción que leo. Decidí esto porque la redacción me obliga a organizar y desarrollar mis ideas, algo que probablemente no haría de otra manera. A continuación siguen mis ideas sobre En busca de Klingsor de Jorge Volpi, que hace poco terminé de leer.

Volpi es el primer escritor mexicano del postboom que leo. Comencé a leer su novela sabiendo bien que ésta iba a intentar romper intencionalmente con las normas de la literatura latinoamericana. Así, no me sorprendió para nada que el Libro primero comenzara postulando leyes acompañadas de corolarios, como si se tratase de una publicación de matemáticas o un libro de texto de física. Seguí leyendo con la esperanza de que la narración se apegara a una estructura de publicación científica[1], principalmente porque me encanta la gimnasia narrativa. Lamentablemente, creo que no hubo demasiada profundidad en ese aspecto. Supongo que esperaba una narración con leyes autoimpuestas de rigor matemático, en un esfuerzo por demostrar la capacidad narrativa de un texto científico y así descubrir nuevos horizontes[2]. Desgraciadamente, en lugar de eso, la narración pseudocientífica más bien se ocupó de motivar al lector a proceder con la cautela de un científico y así involucrarlo en la búsqueda de Klingsor, lo cual es una meta mucho más convencional y aburrida. Tengo que admitir que me ha extrañado muchísimo que una de las obras más populares del postboom haya sido tan poco metaficticia. La sola inclusión de los descubrimientos de la física cuántica y relativista en la trama inmediatamente me hizo suponer que la relatividad y la falta de determinismo se iban a filtrar fuertemente en la narración. En cambio, la única herramienta narrativa lúdica notable (más allá de la estructuración del texto en leyes y postulados) fue la continuamente sugerida falibilidad del narrador, un jueguito bastante cansado para una novela que pretendía romper con la tradición literaria de Latinoamérica.

Supuestamente, el crack después del boom en gran parte se afana de ser un regreso a los clásicos. Así, una novela policíaca con protagonistas bien versados en los más locuaces descubrimientos de la segunda era dorada de la física y la teoría de conjuntos de Cantor tiene mucho del sabor de los “clásicos” del siglo XIX, con protagonistas obsesionados con la sabiduría de los grandes filósofos. El resultado es una especie de Sherlock Holmes, pero con los enredos narrativos explorados durante el siglo XX. Supongo que mi decepción viene en gran parte del sabor familiar del resultado: Tal vez el crack se olvidó de romper también con Borges, porque En busca de Klingsor constantemente me recordó a El jardín de los senderos que se bifurcan, ambas narraciones nubladas por el intelectualismo de sus respectivos detectives protagónicos.

Pero pese a la limitada exploración narrativa, me queda claro que ésta es una novela altamente autoconsciente. Al inicio quedé aterrorizado ante la posibilidad de que En busca de Klingsor degenerara en una oda glorificadora de las ideas filosóficas de los grandes físicos y matemáticos del siglo XX, cual libro de autoayuda; o que se limitara a una crítica superficial del egocentrismo de estos personajes. Pero a pesar de la inclinación hacia la primera de mis preocupaciones, la autocrítica es un componente fundamental de la narración, que desmantela la trillada perspectiva aduladora. Conforme la novela avanza se vuelven más frecuentes las ocasiones en que el narrador se burla de sí mismo por anteriormente haber exaltado a los científicos como fuente infinita de sabiduría filosófica. El narrador también se mofa de su propio tratamiento de las leyes físicas, que exagera las escalas subatómicas a proporciones humanas y reduce los avances de la ciencia a lecciones cotidianas. Así, la autodeprecación se convierte en aquella pista que tanto ansía el lector que busca al verdadero Klingsor de la historia: el hecho de que la identidad de Klingsor mismo es indecidible. Mientras que la trama progresa a través del descenso de Francis Bacon hacia una vacío moral, desde su cumbre inicial como aprendiz de Von Neumann, hasta su descenso a un infierno amoral, vano y hedonista, simultáneamente el narrador se vuelve más y más insistente en su autocrítica, sugiriendo que tanto los físicos y matemáticos, así como los hedonistas (y por lo tanto el narrador) son incapaces de pasar un examen de moralidad, o si quiera de decir la verdad. De ahí la importancia de la inclusión de los teoremas de Gödel[3], pues estos verdaderamente traen a un plano literario las revelaciones matemáticas del siglo XX. Como prueban los teoremas, cualquier base[4] axiomática inevitablemente contiene enunciados que son imposibles de probar. Además, esta proposición puede extenderse fácilmente a cualquier lenguaje, y por lo tanto a la literatura y a esta novela en particular. Con esta herramienta, así como con la proposición de que todos los personajes mienten, la narración poco a poco se sublima en una nube de indecisión. Quizás así es como la novela logra pasar la prueba de calidad de Umberto Eco: Cada aspecto de En busca de Klingsor es necesariamente una búsqueda indecidible en lugar de un camino fijo, definiendo así el infinito campo[5] de significado que añoran los buenos escritores.

Notas

  1. Aunque probablemente es más apropiado decir libro de texto. En muchas ocasiones me costó saber qué tan familiarizado está Volpi con la física y las matemáticas como campos académicos o si ha leído muchas publicaciones.
  2. Algo que llevo tiempo queriendo hacer, aunque la mayoría de las publicaciones que he leído son de ciencias computacionales.
  3. Que prueba que todo sistema de verdad necesariamente incluye también proposiciones indecidibles.
  4. Aquí lamento que no existe una palabra tan precisa como basis, que podría reemplazar las palabras “base axiomática”.
  5. Campo